Cuentos cáusticos: El premio
Ya eran más de las cinco y todavía no había podido pegar ojo. A él estas cosas nunca le habían importado demasiado, pero la edad es traidora. Quizá sí que le había afectado lo del premio. Recibir honores le parecía una tontería. Ahora les daban como a los churros, y a menudo a los que mandan. Pero su hija le había convencido: - Papa, tú sí que lo mereces. Y cosas de esas. Sólo podían asistir seis invitados. En la sala no se cabría con tanta gente. Debía dormir como fuese, si no no lo podría soportar. Con la ventana abierta entraban mosquitos. Creyó oir uno por la oreja buena, y parecía tener malas intenciones. Hacía calor. - No aguantaré la corbata. Quizás iré en mangas de camisa, qué diablos! La chica no me dejará... Las seis, y toda la noche en vela! El sueño llegó con el fresco de la madrugada. La sala era inmensa y llena de gente. Todos iban muy elegantes, como en una boda. Dos grandes arañas de cristal colgaban del techo altísimo. La alfombra era lo suficientemente ancha...