Cataluña: un nuevo estado inclusivo en la Europa de los pueblos?
En Europa se vive un momento importante con respecto a
la reivindicación de la soberanía de los viejos pueblos sin estructuras de estado.
Escocia, Flandes y Cataluña emergen como alternativa al modelo de los estados
nación de la Unión Europea.
Cuando un pueblo tiene la posibilidad de poder vivir
el momento histórico del nacimiento de un estado propio, asume colectivamente
tres grandes responsabilidades: abandonar el pasado, repensar el presente y
construir el futuro.
En el siglo XXI la vieja Europa continúa siendo una
realidad plural llena de riesgos y de potencialidades. Uno de los viejos
riesgos de Europa es el radicalismo excluyente que la marcó durante el siglo XX
con algunos de los más crueles genocidios de la historia.
Por el contrario, una de las grandes potencialidades
de Europa puede hallarse en la misma base de su propia sociedad, en la
capacidad de empatía de clase de la gente corriente de sus antiguos pueblos, en
la permeabilidad inclusiva, en las nuevas utopías colectivas que esta misma
gente sea capaz de imaginar.
Hay pocas cosas capaces de generar más interés social
y político que una comunidad en proceso de construcción de una nueva identidad
compartida.
Un nuevo estado de Europa debería ser capaz de hacer
realidad la utopía de regular la inclusión de toda la gente que vive en él regularmente.
Las identidades múltiples construyen nuevas
identidades mestizas sólo cuando la sociedad que acoge a aquel que se incorpora
es inclusiva y cuando la legalidad y las acciones de las administraciones
públicas van a favor y no en contra.
Qué sentido tendría, en cualquier nuevo estado,
reproducir las prácticas de los estados nación que hacen impermeables a la
gente unas fronteras que son abiertas a la libre circulación de cualquier clase
de cosa material? El estado nación se suele perpetuar negando los derechos de
los pueblos que incorpora y los derechos de aquellos individuos a quienes
impide el acceso a la ciudadanía.
En Cataluña se da esta doble exclusión en un momento
de precariedad, y la gente corriente ya se da cuenta.
Hará falta pues tenerlo bien presente a la hora de
repensar un futuro social y político en clave catalana.
La Cataluña actual es plural, como lo fue la del
pasado y como lo será la del futuro. Constatar y asumir esta realidad como una
potencialidad es aquello que más fortaleza puede conferir al proceso
constituyente de un nuevo estado.
Las identidades colectivas son realidades dinámicas
que cambian con el tiempo, los pueblos inmutables no existen ni han existido jamás
en la historia de los humanos.
El “nosotros” de hoy no tendrá nada a ver con el “nosotros”
del futuro, como tampoco se parece en nada nuestra identidad actual con la que compartieron o
imaginaron nuestros múltiples y diversos antepasados colectivos.
Cuando los imaginarios y las identidades colectivas se
fijan por leyes y constituciones inmutables, pronto acaban sirviendo al
privilegio de minorías dominantes y entonces se convierten en un pesado lastre.
El día 25 de junio de 1992, el Reino de España firmó
un acuerdo con otros estados de la Unión Europea según el cual se considera
extranjero “a cualquier persona que no sea nacional de los estados miembros de
la Unión Europea”. Este acuerdo, que entró en vigor el 26 de marzo de 1995, es
el que se conoce por Acuerdo de Schengen.
En derecho internacional, se aplica la norma general
según la cual el nuevo estado segregado de un estado preexistente asume y
aplica automáticamente todos y cada uno de los acuerdos y tratados
internacionales subscritos por el estado anterior al cual pertenecía.
Siguiendo este razonamiento normativo, la República de
Catalunya asumiría y debería aplicar el Acuerdo de Schengen, por lo cual aquellos
residentes “no nacionales” serian considerados extranjeros en la Unión Europea.
Pero esta condición de extranjero en Europa quedaría
automáticamente resuelta en aquellos supuestos en que el nuevo estado catalán,
libre de antiguas leyes españolas, concediera derechos de ciudadanía a los
“nuevos catalanes” los cuales pasarían a ser automáticamente nuevos ciudadanos
europeos de pleno derecho.
Cuando la política deja de querer ser sólo “el arte de
lo posible” para convertirse en el arte de conseguir hacer posibles las ideas,
los conflictos se desvanecen y la gente corriente se siente mejor representada
y gobernada. Eso suele generar confianzas compartidas y acabar con miedos y temores.
Las identidades y las identificaciones múltiples se
resuelven en derecho internacional aplicando la vieja práctica de la
nacionalidad múltiple. Se puede conservar la nacionalidad originaria y adoptar
una nueva. Hay quien tiene dos o más pasaportes, todo depende de la
permeabilidad del estado que los expida.
Valencianos, mallorquines, aragoneses, castellanos,
ecuatorianos o marroquíes, tendrían resuelto el miedo a un futuro incierto que,
a menudo de forma malintencionada, se origina propagando rumores y propaganda,
si la nueva república expide pasaportes a sus residentes y a aquellos que se identifican
con la nueva identidad catalana.
No debiera ser necesario precisar que sería perverso
imaginar una negativa del Reino de España a conservar los derechos de
ciudadanía, el ius solis (derecho de
nacimiento) y el ius sanguinis
(derecho de parentesco) a sus propios naturales que quisieran compartir la
nacionalidad española y la catalana.
Una Cataluña independiente que no expidiera
pasaportes a quienes viven regularmente, vengan de dónde vengan, debería ser
impensable. Una Europa que no lo aceptara sería ciega y sin futuro.
Para construir el nuevo espacio común de identificaciones
son necesarias acciones sociales y culturales comunitarias que sean inclusivas.
Hay que favorecer el diálogo plural entre culturas y respetar los derechos de
las minorías en la sociedad de acogida.
Reproducir los esquemas excluyentes de los antiguos
estados, poniendo en práctica un “neojacobinismo” a la catalana sería el peor
de los errores.
Sólo con grandeza se pueden hacer realidad los nuevos
imaginarios que aseguran el futuro de los pueblos libres.
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