Antes de que me fusilen los míos, que lo haga el enemigo
Publicado en Revista Rambla y Diario Público
Por Javier
Coria. Fotos: Guillem Sans
Sábado, 01 de Febrero de 2014
Antoni Fornés Arás tiene 97 años y, en una de sus
varias fugas del hogar familiar en Barcelona, a la edad de 20 años se alistó
por las bravas en las filas de la 29 División de la milicia del POUM que partía
al frente de Huesca, durante la Guerra Civil, conociendo a George Orwell en
dicho frente. Declara no saber lo que es el miedo, aunque estuvo a punto de ser
fusilado y pasó por prisiones y campos de concentración, esos campos que
algunos niegan que existieran en España y que llaman eufemísticamente “Colonias
de Trabajo”. En una larga conversación con Antoni Fornés nos explica su
experiencia vital, con las luchas y contradicciones entre las fuerzas que
defendían la legalidad republicana contra el golpe de los militares fascistas.
Esta es la historia de un superviviente en el contexto de una España convulsa.
Como nos advirtieron sus hijos presentes en la
conversación, Toni y Josep, Antoni comenzó su relato con dos hechos relevantes
y traumáticos de su biografía. Uno fue cuando sus padres se separaron cuando él
tenía 10 años, y otro cuando sufrió un grave accidente a esa misma edad.
Antoni, entonces estudiaba en La Escola del Bosc –Escuela del Bosque-,
la primera Escuela Moderna municipal que dirigía la pedagoga Rosa Sensat. En
octubre de 1927, el rey Alfonso XIII y su esposa, la reina Victoria Eugenia,
con las infantas Beatriz y María Cristina llegaron a Barcelona en visita
oficial. Para ver los cortejos que acompañaban a la familia real, la
chiquillería trepaba por farolas o como Antoni: “Yo me subí a una silla ya
que los guripas que protegían la ceremonia no me dejaban ver, con tan mala
suerte que de un empujón me caí de bruces. El médico dijo que no había nada que
hacer, pero después de cuatro días me salvé.”. La lesión que se hizo en el
tabique nasal le comportó varios años de dolorosos tratamientos. Todo ello con varios
cambios de colegio y sus primeros trabajos como aprendiz, trabajos que tuvo que
dejar por sus problemas respiratorios debido al accidente. Convencido que su
padre no lo quería, y deseando dejar los sufrimientos de los tratamientos
médicos, se escapó varias veces, aunque siempre lo devolvía a casa la Guardia
Civil.
Con la proclamación de la Segunda República Española,
el 14 de abril de 1931, la monarquía de Alfonso XIII, la dictadura de Primo de
Rivera y los directorios militares que le siguieron, quedaron atrás. En
Catalunya se instauró la Generalitat y se aprobó el estatuto de Autonomía.
Antoni, en 1933, tenía 17 años y decidió independizarse, para ello contó con la
ayuda de la que él llama la padrina, que no era otra que su madrastra y
que: “me quería mucho, por cierto” –dice Antoni-. La padrina le
consiguió sus primeros trabajos en oficinas, trabajos administrativos que
tendrían gran importancia en muchos momentos de su vida como miliciano.
En ese mismo año de 1933, la erosión del gobierno de Manuel
Azaña hizo que éste dimitiera convocándose nuevas elecciones en noviembre. Se
dio la paradoja que en España ganaron las derechas dando paso al llamado bienio
negro (1933-1936), mientras que en Catalunya se repartieron los votos entre el
conservador partido de Cambó, la Lliga Regionalista, y la Esquerra Republicana
de Lluís Companys. Con la entrada en el gobierno de la Confederación Española
de Derechas Autónomas (CEDA) en octubre de 1934, se convocó una Huelga General
Revolucionaria en toda España siendo en Asturias donde la insurrección tuvo más
relevancia y fue más fuertemente reprimida. Catalunya fue otro de los focos de
la insurgencia, y Companys rompió relaciones con el gobierno central
proclamando el Estado Catalán de la República Federal Española. Era el 6 de
octubre.
Tras el golpe de los miliares fascistas –como
respuesta al triunfo de las izquierdas en las elecciones municipales- y
mientras del Madrid republicano llegaba la cancioncilla de: “Los cuatro
generales; que se han alzado; para la Nochebuena, serán ahorcados.”, Antoni
tenía 20 años cuando estalló la guerra en 1936: “Quería irme de voluntario
al frente. Bajé por las Ramblas hasta el frontón Colón donde había una oficina
de reclutamiento, pero no quisieron alistarme por mi juventud, aparentaba menos
años de los que tenía. Pero vi una columna del POUM que desfilaba hacia la
estación de trenes y que marchaba para el frente de Huesca, y me colé en la
fila y nadie me dijo nada.”
De la unificación del Bloque Obrero y Campesino y de
la Izquierda Comunista, en septiembre de 1935 se había fundado el Partido
Obrero de Unificación Marxista (POUM), de ideología trotskista, antiestalinista
y con una tendencia catalanista encabezada por Josep Rovira, procedente del
partido Estat Català. La columna a la que se refiere Antoni era la que formaría
la 29 División (ex División Lenin), cuyos miembros terminarían integrándose en
el Ejército Popular de la República. Josep Rovira fue el que organizó las
fuerzas militares del POUM en el Frente de Aragón. Entre los milicianos que
formaban la columna destacaba un larguirucho británico que no era otro que el
escritor y periodista George Orwell, al que Antoni conocería en el frente: “Después
de un mes en Aragón me fui a la primera línea de fuego, con los brigadista internacionales,
yo nunca tuve miedo de nada. Tomamos Siétamo, cosa que luego se criticó mucho
por el jefe de las fuerzas. Luego, como yo sabía escribir a máquina, me
llevaron a Barbastro y luego a Zaragoza como escribiente. Pero yo también me
iba al frente de Zaragoza y, en Monte Aragón llevaba una ametralladora,
mientras un compañero llevaba el trípode”. La 29 División mantuvo combates
muy duros en el citado Monte Aragón, Leciñena, Obispo, Quicena, Tierz…, donde
Antoni siempre fue con su ametralladora que, aunque Antoni no lo recuerda,
quizá fuera la Hotchkiss de 7 mm, del modelo 1914-1922, la más abundante entre
las fuerzas republicanas al comienzo de la contienda.
La derrota de la rebelión militar en Catalunya había
dado paso a la revolución. El poder nominal lo tenía la Generalitat, pero el
real estaba en las milicias armadas de los partidos obreros y sindicatos, sobre
todo de los anarquistas. Antoni había dejado una Barcelona en plena
efervescencia revolucionaria, aquella que describió George Orwell en Homenaje
a Cataluña: “…Barcelona resultaba sorprendente e irresistible. Por
primera vez en mi vida, me encontraba en una ciudad donde la clase trabajadora
llevaba las riendas. Casi todos los edificios, cualquiera que fuera su tamaño,
estaban en manos de los trabajadores y cubiertos con banderas rojas o con la
bandera roja y negra de los anarquistas…”. Aunque las necesidades del
frente había amainado la actividad en la ciudad, paradójicamente el miliciano
Antoni Fornés se encontraba más seguro y tranquilo en el campo de batalla, por
lo menos allí el enemigo lo tenías enfrente: “Me dieron permiso y llegué a
Barcelona, pero yo no estaba bien, había mucha gente… con las barricadas, los
de la CNT por las calles, en fin, que no acabé el permiso y me volví al frente
de Aragón. Al poco tiempo me hicieron secretario político en Quicena. Me
cuidaba de las cuestiones administrativas del pueblo y sus habitantes, me
demostraron mucho cariño, por cierto. En este puesto conocí a George Orwell.
Pero yo siempre me ofrecía voluntario para ir a primera línea de fuego, era un
tirador de élite. La verdad que los del POUM luchamos muy duro allí, junto a
muchos extranjeros –brigadistas-. Las fuerzas políticas no se ponían de acuerdo
para ocupar Huesca, pero los del POUM tomamos una loma, –seguro que Antoni
se refiere a la “Loma de los Mártires”, que fue tomada por una brigada del POUM
el 16 de junio de 1937-allí nos bombardeó la aviación alemana y hubo muchos
muertos.” Mientras esto sucedía en el frente, en la retaguardia el POUM había
sido ilegalizado por el gobierno de Juan Negrín, acusando a sus dirigentes de
colaboracionismo con el enemigo. En los llamados “Hechos de Mayo”, se
enfrentaron en Barcelona a las fuerzas del orden público de la Generalitat,
ayudadas por la milicia del PSUC, contra los milicianos de la CNT y el POUM, en
un intento de limitar su poder político y para desalojarlos de edificios
estratégicos como el de la Telefónica de la plaza de Catalunya. El 22 de junio
de ese año era asesinado el dirigente del POUM Andreu Nin. Pero nos sigue
contando Antoni: “Yo estaba de escribiente en Monflorite (Huesca), cuando
llegó la orden de disolver la 29 División. Me mandaron a unas oficinas de la
calle Tallers de Barcelona, donde los milicianos del POUM venían a arreglar sus
papeles. Nosotros no sabíamos nada, y a mí no me encarcelaron porque unos
compañeros del PSUC les dijeron a sus mandos que yo no era nadie”.
Al disolverse la 29 División, sus jefes militares
fueron encarcelados. Algunos milicianos fueron enviados a la retaguardia, como
el caso de Antoni, pero otros siguieron luchando en el frente dentro del
Ejército Popular o la milicia de la CNT-FAI: “Una vez liquidada la división,
a mi me quisieron hacer comandante del Ejército Regular de la República, cosa
que yo rechacé, no creía estar preparado, pero sí me hicieron teniente y me
mandaron al frente de Andalucía, pero antes me casé, con Urbana García. Al
hermano de mi mujer, Santiago García Cortés, lo fusiló la Guardia Civil en
Fiscal (Huesca), tenía 19 años y aún no sabemos dónde está enterrado”. La
forma de cómo Antoni se enteró de su ascenso a teniente es digna de una escena
de una película de Ken Loach:
“Después de un batalla de tanques vi un socavón que
había dejado un obús de mortero. En el fondo había un cuerpo, era el cartero
del regimiento. Junto al cadáver estaban los sobres ensangrentados, cogí una
carta que venía a mi nombre… era la notificación oficial de mi ascenso a
teniente.”
En Andalucía, entre otros sitios, Antoni estuvo en
Jaén y Córdoba, encuadrado en el Ejército Popular como miliciano de la CNT. Por
enfermedad de un capitán, durante un tiempo mandó una compañía, aunque
descontento porque no había un frente claro y la mitad de los soldados no
tenían armas. Fue en Jaén donde un capitán catalán se dirigió a él y dijo: “¿Pero
tú qué has hecho? ¿Dónde estabas?, a lo que Antoni contestó “nada” a
la primera pregunta y“estaba en el POUM”, a la segunda. El capitán le
informó que venían a detenerlo, como lo estaban haciendo con otros militantes
trotskistas. Aquí comienza la peripecia más surrealista de la vida militar de
Antoni: “Tenía claro que a mí no me cogerían. Me fui a la oficina, abrí un
cajón, me hice con una pistola y dos bombas de mano que me metí en los
bolsillos, y un poco de dinero”. Nuestro personaje estuvo tres días vagando
por los campos, recuerda como si fuera ayer, las noches que durmió en un
maizal, ya que su único alimento fueron los granos tiernos de maíz que pudo
encontrar: “Después llegué a Córdoba, me quité las insignias de teniente y
me fui al frente. Quería irme a Portugal, pero estaba muy lejos. Desesperado
pensé: antes que me fusilen los míos, que lo haga el enemigo” Y así lo
hizo, decidió entregarse a las tropas franquistas. En la primera intentona fue
rechazado a tiros, por lo que tuvo que dormir en tierra de nadie. Al día
siguiente se fue a un pueblo y se entregó a un soldado, identificándose como
oficial republicano. Pensó que lo fusilarían, pero lo mandaron preso a Lucena
(Córdoba). Estando con varios presos, se le ocurrió cantar una canción
tradicional catalana, que escucharon unas muchachas y muchachos que pasaron
cerca de la ventana enrejada del pequeño habitáculo que utilizaban como cárcel.
Los jóvenes intercedieron por él y, algunas tardes,
Antoni cubría su uniforme de presidiario con una bata y salía a pasear. En
estos paseos se dio cuenta que: “Aquel pueblo era rojo, y los que
intercedieron por mí al oírme cantar, también”. Una vez más, sus dotes de
escribiente le procuraron un destino más favorable en las oficinas del jefe del
sindicato falangista: “El jefe del sindicato tenía dos hijos que, como tenía
dinero, no iban al frente. Algunos me creían facha, cosa que no era, claro,
pero me hacía gracia ver como la Guardia Civil me saludaba al pasar”. En
ese destino, Antoni atendía a la gente del pueblo que le solicitaban gestiones
para saber si sus familiares estaban presos o no, todo esto lo hacía
clandestinamente. Un día, el comandante de las fuerzas de Lucena viajó a
Barcelona para hacer averiguaciones sobre su particular amanuense. Allí, una
mujer lo denunció como militante de izquierdas. Lo detuvieron y lo mandaron a
Sevilla, donde estuvo varios días con otro preso en una celda sin hablar,
ninguno se fiaba del otro. Una mañana los metieron a los dos en un tren con
destino al País Vasco, en el trayecto supo que su compañero era un gudari,
un soldado del ejército popular del Gobierno de Euskadi. Todo esto sucedió en
1938, mientras en Barcelona se despedían a las Brigadas Internacionales y la
aviación italiana bombardeaba la ciudad, como antesala a la ocupación.
A las semanas del: “cautivo y desarmado el Ejército
Rojo”, el último parte de guerra del 1 de abril de 1939, con la caída de
Madrid y cuando Francia y el Reino Unido reconocieron el gobierno de Franco
resultante de un golpe militar, Antoni comenzó su periplo por las cárceles del
franquismo. Ingresó con 22 años y a los pocos meses cumplió los 23 en los
penales. Su mujer Urbana esperaba en Barcelona con la primera hija del
matrimonio. Pasado todo, la descendencia aumentaría con cuatro varones y una
chica más. Antoni no llegó al País Vasco y fue desviado al penal de Burgos,
donde pasó dos días antes de ser trasladado a la cárcel de Torrero, en
Zaragoza, donde pasó los dos meses más terribles de su vida: “Nos mataban de
sed y hambre, mientras a los presos de la delincuencia común no les faltaba de
nada. Cada día fusilaban a gente. Cuando nos hacían formar en filas,
aprovechaban para pegarnos con fustas. Un preso intentó suicidarse dándose
cabezazos contra la pared. Pero lo más terrible era oír llorar a los hijos de
las presas republicanas, que estaban encarcelados con sus madres”. Le
pregunto a Antoni qué quieren decir las siglas “CAR” que aparecen en sus fichas
de la cárcel: “Católico, Apostólico y Romano, se lo ponían a todos. Esto me
recuerda que en Torrero había un capellán que nos daba charlas cada día y
decía: Yo como cura os perdono, pero como hombre que caiga todo el peso de la
ley sobre vosotros. Todo esto mientras se escuchaban las detonaciones de los
fusilamientos en el patio”.
Después del 18 de julio de 1939, Torrero se convirtió
en el principal penal de represión del franquismo. Además de políticos,
sindicalistas o militares republicanos, allí fue a parar todo aquel del que se
pudiera sospechar su desafección al nuevo régimen. Incluso se llegó a presentar
como un centro de reeducación ideológica. Curiosamente, otro 18 de julio, pero
de 2005, fue demolida la Cárcel Provincial de Zaragoza, conocida popularmente
como Torrero.
Antoni fue trasladado nuevamente, esta vez a la cárcel
Modelo de Barcelona, y se alegró de volver a su tierra, pero estaba convencido
de que lo matarían: “Nos llevaron en un tren de mercancías en cuyos vagones
de madera casi no se podía respirar. Había un agujero y nos íbamos turnando
para poner la boca y coger aire fresco del exterior. Al llegar a la estación de
Francia tuve que llevar a un compañero que apenas podía caminar. Allí había
unas mujeres valientes que se acercaban a los presos con la intención de
ayudarnos prestándose como correos, así pude avisar a mi mujer, mis padres se
habían ido a Francia. En la Modelo me extrañó que nadie me hablara en catalán,
en Torrero era el idioma que más se oía. Cuando pregunté se había catalanes, me
dijeron que todos lo eran, pero se ve que tenían miedo por si entre los nuevos
presos hubiera soplones. Un día pude ver a través de una puerta abierta que
daba a la calle, una fila de presos, eran los que se llevaban para fusilar en
el Campo de la Bota”. Antoni estuvo a punto de ser enviado al Campo de
Concentración de Tarragona, según podemos leer en unos telegramas que nos
aporta. En Tarragona y Reus se construyeron a principios de 1939 los primeros
campos de concentración permanentes. Finalmente, el 20 de mayo de 1939, fue
sometido a un Consejo de Guerra Sumarísimo y condenado a trabajos forzados: “Me
llevaron a una leprosería que estaba en el barrio de Horta. Allí nos pusieron
en fila para llevarnos al Batallón de Trabajo del Valle de los Caídos. Estaba
seguro que moriría allí”. Pero de nuevo un hecho se cruzó en la vida de
este superviviente, ya que en el último momento una mano lo agarró del brazo y
lo sacó de la fila: “Resulta que mi mujer trabajaba en la casa de un capitán
de artillería llamado Ángel de la Torre, que era aragonés como ella. Urbana
pidió a la mujer del capitán que intercediera por mí, y así lo hizo, y salí
libre”. Años más tarde, y tras pasar una guerra, Antoni tuvo que hacer dos
años de mili obligatoria, donde tuvo un récord de España de tiro. Después vino
el trabajo y el hambre de la postguerra, pero esa es otra historia.
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