El Carnaval de Barcelona

Hablar de los orígenes del Carnaval no es hablar sólo de fiesta, es hablar de religión. Su dimensión y presencia en lugares distantes del planeta, como también su relación con otras fiestas de invierno, ha llevado a los estudiosos de la mitología popular a situar su origen en un tiempo muy remoto. Según estas teorías las historias sagradas de la antigüedad, los relatos de las gestas de los dioses de los pueblos vencidos pasarían a formar parte de la temática oculta de cuentos y de las leyendas, y se manifestarían en las fiestas que todo pueblo recrea como expresión simbólica de su memoria colectiva.

Los dioses del pueblo vencido suelen ser oficialmente demonios por quien detentan el nuevo poder instaurado. Así es como las exteriorizaciones de la religión vencida han sido reprimidas con la máxima cueldad a lo largo de la historia, y sólo han sido permitidas las adaptaciones edulcoradas que la religión que los vencedores haya podido autorizar.
Febrero es el mes central del Carnaval, y la fiesta coincide en Europa con la última luna nueva de invierno, por esta razón varía de fecha en el calendario. Esta calendarización marca períodos de cuarenta días con momentos de fiesta y momentos de no-fiesta.
Los primeros estados civilizadores no sólo organizaron el espacio ciudadano, sino que también organizaron el tiempo y lo sacralizaron. Los romanos dividían su calendarium en díes fasti, propicios para la actividad judicial y de cualquier orden, y díes nefasti o díes ater, días negros no propicios para los actos públicos y las asambleas populares. Ovidio denominaría Fastos su poema narrativo de las fiestas romanas.
A menudo se suele considerar el Carnaval como un ciclo festivo que iría desde mediados de enero hasta finales de febrero, abarcando fiestas como San Antonio y el mismo Carnaval, pero también hay quien relaciona este ciclo con un ciclo de fiestas de inversión más extenso: Santa Agueda, San Nicolás de Bari, Navidad, los Santos Inocentes y la Virgen de la Candelaria. Siendo más atrevidos podríamos sugerir que Afrodita, Dionisos, Heracles, Fauno, la Virgen María de la Leche, Santa Agueda, la Candelaria, Jueves Lardero, San Antonio, las fiestas romanas de las Lupercalia, las Matronalia o las Saturnalia, serían todas divinidades y celebraciones religiosas del ámbito mediterráneo que tendrían una muy estrecha relación.
También podríamos relacionar el origen del Carnaval con las fiestas del calendario lunar de los celtas como la de los lazos de Lug, las Lugnasad, o con las fiestas de los bueyes d’Egipto, las Cherubs. Pero no hará falta, puesto que de lo que se trata es de entender que estamos hablando de una fiesta que tiene suficiente historia como para ser considerada como un hecho serio y digno de respeto.
El ritual expresa pasiones y sentimientos que no son visibles en la vida cotidiana debido al rigor en la conducta que impone la norma social. Julio Caro Baroja afirmaba ya en los años 60 en su obra “El Carnaval”:
“La religión cristiana ha permitido que el calendario, que lo transcurso del año, se ajusto a un orden pasional, repetido siglo tras siglo. a la alegría familiar de la Navidad le sucede, o ha sucedido, lo desenfreno del Carnaval, y a éste, la tristeza obligada de la Semana Santa (tras la represión de la Cuaresma). En oposición al espíritu de la triste y otoñal fiesta de Difuntos, está el de las alegres fiestas de primavera y de verano.” Edmund Leach consideraba que los rituales pueden ser entendidos como la representación de los dramas de la sociedad que expresa sus conflictos y los solapa. Claude Lévi-Strauss y sobre todo Víctor Turner profundizarían en el interés por las emociones individuales que aflorarían en las celebraciones rituales, poniendo de manifiesto la communitas, aquella idea utópica de paraíso, una situación liminar ideal en que se manifiestaría la fuerza creativa del proceso ritual, en la cual se daría una relación social idealizada aparentemente igualitaria y solidaria.
Las fiestas, todas las fiestas, respiran de una forma u otra este aire conceptual, pero el Carnaval es su paradigma. La transfiguració de todos y de cada cual inmersos en un sueño colectivo en el cual el rico y el pobre confunden su modestia y opulencia. Un tiempo simbólico en el cual el sabio y el loco manifiestan públicamente su parecido. Un tiempo de prodigios en que el día se torna noche y la noche se puede convertir en día. Un tiempo sagrado donde la communitas se hace perceptible, un espacio liminar dónde están permitidas todas las expresiones de los márgenes y dónde la gente marginal tiene un papel en la sociedad aparente de la fiesta.
El Carnaval es sobre todo participación. La fiesta representa la sociedad que la celebra, la dinamiza, pone en cuestión sus normas, pone en evidencia sus conflictos y sus contradicciones. No hay Carnaval ni fiesta sin transgresión de cualquier orden, la fiesta comporta en sí misma un grado de disidencia y, por lo tanto, constituye un ejercicio espontáneo de libertad individual y colectiva. Una fiesta es fiesta cuando la gente la celebra, cuando se la hace suya. Una fiesta es más fiesta cuanto menos se puede controlar desde el poder.
Asumir colectivamente el reto de celebrar verdaderas fiestas suele ser un síntoma de estabilidad social y de libertades públicas. A menudo se ha establecido un paralelismo entre el nivel de intensidad festiva de la fiesta del Carnaval, con las prohibiciones y permisividades que ha sufrido, y el momento político por el que atravesaba mi país.
Los mitos vivos pertenecen al dominio de la oralidad, de aquello que no se escribe. Cómo he intentado expresar, los símbolos rituales ponen de manifiesto las tensiones entre las normas sociales y las emociones de la gente. Este contenido psíquico del símbolo es el que le confiere valor transformador.
Hoy por hoy, el calendario festivo de los barrios de Barcelona tiene en el Carnaval un momento brillante con respecto a la implicación de la gente en la fiesta. A diferencia de como pasa en otras fiestas, más multitudinarias en cuanto a público, en las que la participación se da generalmente de forma pasiva, como espectador, por el contrario en el Carnaval, la participación de la gente es más activa y espontánea, o cuando menos el modelo y el ritual festivo invitan a que lo sea. Este hecho prueba que, en general, la fiesta ha sido asumida por una parte significativa de la gente de los barrios de Barcelona, quienes se la han hecho suya desde la propia acción personal y colectiva. Aun así, la exteriorización festiva, o mejor dicho, en Barcelona la presencia de la fiesta de Carnaval no es tan evidente en la ciudad como pasa con otras fiestas, ni tan espectacular como en los carnavales de otros pueblos y ciudades catalanas. Esto es debido a que la fiesta y sus agentes se reparten por todo el territorio de forma diseminada, agrupándose en tiempos y espacios festivos de dimensión pequeña, por lo cual no se hacen notar tanto.
La transgresión festiva tiene en el Carnaval su máxima expresión. El alma del Carnaval de Barcelona se manifiesta, sobre todo, en su literatura satírica. El anonimato de un Bando satírico, enmascarado tras el Consell dels Bulls (el consejo de los locos) en el barrio de Gràcia, la mordacitat del Equipo médico Habitual en el barrio de Sants, son un patrimonio festivo que parecía perdido con la dictadura franquista que lo prohibió. Pese a esto, los bandos, partes médicos, proclamas, anuncios y testamentos del Carnaval no tienen visibilidad más que a nivel de barrio.
La dimensión barcelonesa del Carnaval llega apenas a un desfile con vocación de ciudad: la Rua, que bastante éxito ha logrado, y multitut de desfiles en cada rincón de los diferentes barrios, dónde agrupaciones de skouts, asociaciones de vecinos y colectivos más o menos organizados de chicos y chicas recrean sus fantasías efímeras; dónde maestras y madresc con más voluntad que criterio pasean filas de criaturas envueltas en bolsas de plástico de colores y toda clase de materiales reciclados, cantando consignas aprendidas con terminaciones que riman con la palabra Carnaval.
Pese a los últimos intentos municipales, el Carnaval de Barcelona continúa siendo una fiesta dispersa. Pero la dimensión pequeña de los más de 200 actos festivos, que en cada edición despliega, no debería condenar este Carnaval a una permanente minorización en relación a otras, puesto que muy bien podría ser que este fuese verdaderamente lel auténtico modelo festivo barcelonés para el Carnaval, una fiesta atrevida, anárquica, pasional y caótica en que prevalece la improvisación por encima de la planificación. No se trataría de una versión esteticista ni de una fiesta espectáculo, sino simplemente de una fiesta urbana, popular y basta.
Demasiado a menudo quienes han pensado en el Carnaval barcelonés contemporáneo lo han criticado por poco espectacular y demasiado municipal y han evocado un supuesto imaginario colectivo de los carnavales de antes de la guerra civil española, en qué el Paseo de Gràcia o las Ramblas de Barcelona se llenaban de carrozas adornadas, olvidando a menudo que tras esas opulencias había casas comerciales y un montón de patrocinadores e instituciones. También ha habido quienes, de tanto leer a cronistas y folcloristas autodidactas, han llegado a creer que si un alpargatero barcelonés de finales dels siglo XIX era capaz de movilizar a los barceloneses más festeros, cualquiera en la actualidad capaz de movilizar a las masas, y eso no es así. Todavía hoy podemos ver en Barcelona publicidad que anuncia viajes a los carnavales de fama mundial, y todavía hay quienes prefieren ir a los carnavales espectáculo que se dan en Cataluña a presenciar el espectáculo de las comparsas que desfilan, que quedarse en su ciudad y bajar a la calle de junto a su casa a lucir su propia máscara participando activamente en el Carnaval.
La sociedad de la opulencia suele generar frustración y falta de autoestima en mucha gente. Cuando se estigmatiza la mediocridad también se desprecia la fiesta más popular, el Carnaval comunitario. El Carnaval de los barrios se muestra entonces como la fiesta invisible, un patrimonio popular modesto y molesto a la vez, que hace la pascua al poder de la forma más descarada y políticamente incorrecta, pero que conecta con aquello más esencial con la auténtica alma del Carnaval, mordaç y crítico, disidente e insumiso, descarado y desacomplejado, libre porque no tiene pretensiones de refinamiento estético. La gente que sale de fiesta en los Carnavales suele tener la pretensión de pasárselo bien y nada más, aunque esto sea políticamente incorrecto. De hecho la primera referencia histórica documentada del Carnaval de Barcelona es una prohibición del Consejo de Ciento, en lo referente a las batallas de naranjas podridas en las Ramblas barcelonesas. Esto también ha sido muy poco visible, casi tan invisible como el mismo espíritu del Carnaval.
En el Carnaval de 2012 Barcelona presenta una nueva versión de la fiesta. Se trata de recrear el Carnaval del Born, el barrio mutilado a principios del siglo XVIII después del asedio de la ciudad por el ejército castellano-francés del rei Borbón Felipe V en la que Barcelona y toda la nación catalana perdieron sus libertades políticas. Se suprime la Rúa general de la ciudad, pero se conservan las muchas Rúas (desfiles) en los barrios más populares. Un baile de mascarones en el barrio de la Ribera y una batalla de confetti que recrea las antiguas batallas de naranjas, serán las novedades. El “Arribo del Rei Carnestoltes” y el entierro infantil en el Parc de la Ciutadella se repiten.
El tiempo y la gente dirán si el nuevo modelo debe perdurar y convertirse en Tradición.

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