El lavandero, el ministro y el emperador


Esto era y no era, que en tiempos del gran emperador mogol Yalaluddin Muhammad Akbar, honorable hijo de Humayun, hijo del venerable Babur y de la hermosa Hamida Begun, vivía en los alrededores de la ciudad de Fatehpur Sikri un pobre hombre que pasaba sus días ganándose la vida lavando ropa en las frías aguas del río.
Un día que el séquito real del Gran Akbar cruzaba el río para ir de cacería, el emperador comprobó que las aguas del río eran tan frías como para congelar los pies de cualquier guerrero, por bravo que fuese.
Como el gobierno del emperador era reconocido por la sabiduría de sus ministros, se atrevió a retar su primer ministro, el venerable Bayran Jan, a encontrar a alguien que fuera capaz de aguantar sumergido hasta el cuello, y durante toda una noche, en las frías aguas del río. Si alguien era capaz de soportarlo le cubriría de oro y gemas preciosas.
Pronto el ministro encontró la solución al reto del emperador en la persona del lavandero. El hombre se avino pensando en la riqueza que obtendría.
Akbar ordenó disponer una guardia de hombres armados para vigilar la fría noche del lavandero.
A la mañana siguiente, Bayran informó al emperador de la proeza del pobre remojado. Akbar quiso saber por boca del héroe su propia hazaña.
- ¿Cómo has podido resistir el frío, lavandero?
- Con el calor de la luna que iluminaba la belleza de vuestro palacio, majestad
Al oír estas palabras, el emperador se enojó, y con un arrebato de ira espetó:
- Eso es trampa! Te ha ayudado el calor de la luna. Has perdido la recompensa.
El pobre lavandero tuvo que volver al río a lavar ropa día tras día.
Pero el venerable Bayran Jan lamentó la injusta decisión del emperador y urdió un plan para corregir la prepotencia de su señor.
Todavía no apuntaba el sol una mañana que iban de caza, cuando Akbar advirtió que Bayran se retardaba, y ordenó que un soldado de su guardia fuera al encuentro del ministro.
Al volver el soldado explicó que el venerable Bayran Jan vendría tan pronto como pudiera calentar su desayuno. Pero pasaban las horas y el ministro no aparecía.
Tanto tuvo que esperar el emperador que, al final, fue él en persona a ver qué ocurría. Su compañero de caza estaba calentando un par de huevos en la fría luz de la luna que se reflejaba en un espejo de plata.
- Majestad, vengo ahora mismo, justo en el momento en que se cuezan estos huevos a la luz de la luna.
- Pero, es que te has vuelto loco Bayran? ¿Cómo pretendes que la luna caliente los huevos?
- Oh, Gran Akbar, vos en vuestra majestad supisteis ver bastante calor en la luna sobre los fríos hombros del lavandero del río. Yo sólo confío en vuestro criterio.
Akbar entendió la lección del venerable ministro. Inmediatamente ordenó que cubrieran de oro y gemas al pobre lavandero, que nunca más tuvo que lavar ropa en el río.
Yalaluddin Muhammad Akbar pudo volver a ir de cacería con el ministro más sabio de todo el Oriente.

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