Cuentos cáusticos: El premio

Ya eran más de las cinco y todavía no había podido pegar ojo. A él estas cosas nunca le habían importado demasiado, pero la edad es traidora.
Quizá sí que le había afectado lo del premio. Recibir honores le parecía una tontería. Ahora les daban como a los churros, y a menudo a los que mandan. Pero su hija le había convencido:
- Papa, tú sí que lo mereces.
Y cosas de esas.
Sólo podían asistir seis invitados. En la sala no se cabría con tanta gente.
Debía dormir como fuese, si no no lo podría soportar. Con la ventana abierta entraban mosquitos. Creyó oir uno por la oreja buena, y parecía tener malas intenciones. Hacía calor.
- No aguantaré la corbata. Quizás iré en mangas de camisa, qué diablos!
La chica no me dejará...
Las seis, y toda la noche en vela! El sueño llegó con el fresco de la madrugada.
La sala era inmensa y llena de gente. Todos iban muy elegantes, como en una boda.
Dos grandes arañas de cristal colgaban del techo altísimo. La alfombra era lo suficientemente ancha como para entrar de tres en tres, y él se veía minúsculo. El traje, era casi nuevo de tan poco como se lo había puesto.
Le situaron en primera fila, con los otros galardonados. Él no se sabía ver en medio de tantas caras que había visto por la tele. Como debía poner las manos? Estiradas a lo largo de los pantalones, o bien cruzadas delante?
Mientras iba probando la postura más adecuada notó una obertura en frente y abajo. La cremallera estaba abierta. Había cruzado toda la sala sobre la gran alfombra y delante de todos con la bragueta abierta!
De repente se vio rodeado de periodistas y el resplandor de los flashes de las cámaras lo deslumbró. Se quería fundir.
La inquietud y esa luz caliente que entraba por la ventana le despertaron. A duras penas se levantó de la cama con un convencimiento:
- No pienso ir, niña!

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